"El
cuerpo es como la tierra. Es una tierra en sí mismo. Y es tan vulnerable al
exceso de edificaciones como cualquier paisaje, pues también está dividido en parcelas,
aislado, sembrado de minas y privado de su poder. No es fácil reconvertir a la
mujer salvaje mediante planes de remodelación. Para ella lo más importante no
es cómo formar sino cómo sentir.
El
pecho en todas sus formas desarrolla la función de sentir y alimentar.
¿Alimenta?
¿Siente? Es un buen pecho.
Las
caderas son anchas y con razón, pues llevan dentro una satinada cuna de marfil
para la nueva vida. Las caderas de una mujer son batangas para el cuerpo
superior y el inferior; son pórticos, son un mullido cojín, asideros del amor,
un lugar detrás del cual se pueden esconder los niños. Las piernas están destinadas
a llevarnos y a veces a propulsarnos; son las poleas que nos ayudan a elevarnos,
son un anillo para rodear al amante. No pueden ser demasiado esto o demasiado
lo otro. Son lo que son.
En
los cuerpos no hay ningún "tiene que ser". Lo importante no es el
tamaño, la
forma o los años y ni siquiera el hecho de tener un par de cada cosa, pues algunos
no lo tienen. Lo importante desde el punto de vista salvaje es si el cuerpo siente,
si tiene una buena conexión con el placer, con el corazón, con el alma, con lo
salvaje. ¿Es feliz y está alegre? ¿Puede moverse a su manera, bailar, menearse, oscilar,
empujar? Es lo único que importa".
Mujeres que corren con lobos
C. Pinkola Estés