Una de las formas más antiguas de transmitir ideas experiencias es el uso de los rituales de transición, que señalaban que un individuo dejaba atrás una fase de su vida para iniciar una nueva etapa de conocimiento y percepción.
Estos rituales solían marcar un cambio de rango dentro de la comunidad, como por ejemplo la pubertad, el matrimonio, la consagración de un sacerdote o sacerdotisa o la coronación de un rey, y casi siempre conllevaban una modificación en las obligaciones y restricciones sociales o legales de la persona.
En el mundo occidental el concepto de ritual de transición se ha ido desgastando poco a poco, especialmente el relacionado con la pubertad. Quedan vestigios de la idea original en la figura de la "mayoría de edad", que está acompañada de ciertos derechos y obligaciones legales, pero incluso este acontecimiento ha perdido importancia debido a la variedad de edades que establecen las diferentes restricciones legales acerca del comportamiento. Sin un ritual de transición el niño moderno no cuenta con un momento específico para transformarse en un joven adulto, lo que puede llevarle a oscilar entre una etapa y la otra sin tener claro qué esperan de él sus padres, la sociedad y la ley.
El ritual de transición de una niña no sólo tiene que marcar el paso desde la infancia a la madurez, sino también señalar el comienzo de su vida como mujer. El acto físico de la primera menstruación de una niña es un ritual natural que hace relativamente poco tiempo ha empezado a ignorarse como tal; es un momento en el que la vida de la jovencita cambia porque deja la naturaleza lineal de la infancia para adoptar el comportamiento cíclico de la mujer, y por esta razón llevar a cabo un acto simbólico cuando menstrúa por primera vez le ayudará a reconocer, enfatizar y aceptar el cambio que ha experimentado, y se transformará en el comienzo de su aprendizaje a partir de sus propias experiencias en su camino hacia la madurez.
El cambio que tiene lugar dentro de la niña no sólo tiene que quedar registrado intelectualmente, sino que ella debe sentir que se ha convertido en una joven adulta. Para ello se puede recurrir a un ritual de transición simbólico, pero también es necesario reforzar la idea más adelante a través de las reacciones y expectativas que demuestren sus padres y otros miembros de la familia. La niña debe saber cuáles son las responsabilidades de la vida adulta y las aptitudes que necesitará durante esa nueva etapa, pero también necesita conocer su propia naturaleza. ésta era la razón por la que en el pasado se recluía a la niña desde que menstruaba por primera vez hasta que alcanzaba la madurez; así se le enseñaban todos los aspectos de la condición femenina, como la aceptación y el uso de la capacidad y la energía que surgían de ella en las diferentes fases, además de otras aptitudes más mundanas, relacionadas con su papel del esposa y madre.
Texto: Miranda Gray
Ilustración: Miguel Burgoa Valdivia.